Las cosas habían cambiado. Lo supiste desde que dijeron que era tu último año. El último año que ya llegaba a su fin. Pero no estabas triste. No tenías nada más que hacer allí. No extrañarías a nadie. Y nadie te extrañaría. Podías sentirte afortunada. Habías llegado muy lejos pero nadie lo notó. Yo sí. Lo noté en su mirada.
-No me gustan las despedidas… - Sonrió desde sus 17 años.
-Te acostumbrarás. Las despedidas forman parte de la vida, créeme.
Tenías lágrimas en los ojos. Te regalé mi libro de poesía y dije que podrías leerlo si te sentías sola. Cogiste la mochila y te la colgaste al hombro. Apoyada en el quicio de la puerta, suspiraste.
-Cuídate, acerté a decir.

Y se marchó. Asomado en la ventana supe que era la última vez que la veía marchar. Se volvió justo en el último instante. Su melena brilló un últmio momento al sol y sus ojos me miraron una última vez. Paso a paso se alejó de mi vida. Levanté la mano en un intento de decirle adiós que se convirtió en un grito desesperado por querer retenerla. Pero no pude… Era demasiado tarde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando nos despedimos una parte de mí se quedó en el sitio del que marchaba. Entonces quedó un vacío en mi interior que sólo puedo llenar cuando vuelvo. Quizás si alguien hubiese levantado la mano... Pero estabas pensando en otras cosas.

Pau

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