Salvo quizás, por esa casi imperceptible gota de sangre seca. Porque, por lo demás mi aspecto es impecable. Voy con corbata blanca, como era preceptivo; con mi frac, mi chistera y mis zapatos de charol bien relucientes. Me he lavado los dientes y llevo un pañuelo bien doblado en el bolsillo. Voy sobrio y sonrío a los extraños con comedimento, pero con la suficiente calidez para no parecer muy envarado. No hablo de política ni de temas que puedan producir engorro en quien me escucha. Pero me miran mal y cuchichean. ¿Será acaso por esa tontería de que no aparece mi figura en los espejos?
Creen que es alergia, pero es amor.

Y se compran mascarillas y se vacunan, por precaución. Dejan de besarse en los saludos. Si es que son tontos. ¿Antes? Antes bastaba con rozar su piel, ¿pero ahora? Ahora, llegan a casa, detectan las pupilas dilatadas, sienten la roja opresión en el pecho y se lanzan a telefonear a urgencias.

¿Qué tengo doctor, qué tengo?, preguntan como idiotas.
Pues yo os lo diré: lo que tenéis es miedo. Mucho miedo.

Más miedo que nunca, pensó el chico rubio, con miles de rizos en su cabello. Sacudió sus alas y cuando llegó su turno, depositó arco, flechas y carcaj en la ventanilla del paro.
La decisión era suya. ¿Para qué preguntar a nadie? Una vez puestos, qué más da, ¿verdad? Si sólo son unos 114. Poquitos en comparación. El problema era otro. El problema era como iba a ingeniárselas para partirse exactamente por la mitad los martes y jueves. Todos sabemos que si no te partes por tu mitad simétrica, algo imposible, es difícil volver a casar las piezas si no. Y tenía miedo por éso.

Los lunes, la historia sería diferente, porque para qué hablar, ella ya había aceptado que para quedar perfecta después de una partición en tercios tenía que utilizar un instrumental que no poseía.

Graciosos serían esos cinco martes del año, donde de ocho de la mañana a, aproximadamente, nueve de la noche estaría, quitando de un par de horas, haciendo como que aprendía algo.
¿Quén hace los horarios? O como diría Borges, ¿qué dios detrás de dios la trama empieza?

Para colmo, parece que le obligan a matricularse en Alemán e Italiano, lenguas que desgraciadamente no domina. Pero ella se ríe. Es el último año de facultad y no se siente abrumada. Con calma, por favor.

Ocho y media de la mañana, el último sueño dando guerra y un ordenador que da problemas. Además, hablan en alemán e italiano... ¿Interesante combinación?

Patata, no te sorprendas tanto, que me las vas a pagar, con lo bien que nos hemos llevado estos cuatro años y cinco cursos...

La emoción te embarga. Las lágrimas recorren tus mejillas. Sin poder evitarlo. Sin querer evitarlo. Y no por la fachada barroca. Y no por el dolor de cada uno de tus músculos. Las lágrimas no se derraman por haber alcanzado la meta o porque la aventura se acabe.

Aquel día, las lágrimas se deslizaron suavemente de mis ojos por todos y cada uno de los días que habíamos compartido. Por aquel amanecer que compartimos juntos. Por la primera estrella de la mañana. Por el verde puro de los prados, por el azul límpido del cielo. Por el cansancio, por el dolor pero también por las caricias, los abrazos, las muestras de cariño, de ternura, de amor.

Y porque habíamos conseguido llegar juntos. Y porque nada nos había detenido. Porque hemos aprendido a caminar juntos. Porque nuestro primer viaje juntos me había enseñado tantas cosas de ti, de las que ni siquiera aún me he dado cuenta. Un paso tras otro a tu lado me ha demostrado que tenemos que viajar juntos, uno al lado del otro, que tenemos que navegar en la misma dirección, que tenemos que complementarnos, que tenemos que ayudarnos. Que me tiendes la mano cada día de forma tan sincera que sería un error no darse cuenta. Algo ha cambiado. Algo ha tocado nuestra vidas por siempre y para siempre. Tengo tantas esperanzas puestas en este año que empezamos juntos. Vívelo conmigo, junto a mí. Yo no quiero perdérmelo, ¿y tú? Siento que este viaje nos ha unido, nos ha hecho fuertes, que estos pasos me ayudarán mirar hacia delante, a aprender a perdonar, a comprenderte mejor. Ojalá sea así, porque aún tengo muchas ganas de seguir caminando contigo. Y no he encontrado mejor metáfora que éste camino para convertirla en realidad.

Serán tantos y tantos buenos recuerdos a los que volveremos juntos que tiemblo al pensar que se me escape algún detalle, alguna sonrisa, alguna caricia... Prométeme que estarás conmigo para no olvidar nada...

... Y te doy las gracias, de corazón, por querer vivirlo conmigo.
Lo miró antes de darse la vuelta. Escuchó sus pasos perdiéndose en el pasillo oscuro, escuchó el ruido suave que hizo al cerrar la puerta, y se quedó en el despacho, llamándola en silencio, abominado de las casualidades, de la suerte y de la histoira, de los veinte años que les separaban, y se asomó a la ventana para verla una vez más antes de que ella se marchara para siempre de aquella ciudad y de su vida. La observñi caminando en silencio por el sendero de piedra que llevaba a la cancilla del jardín. La vio empujar la verja roñosa con las manos blancas, y desde allí ella se volvió por última vez. Él levantó la mano en un gesto que nunca supo si era de despedida o bien un intento desesperado de detener su marcha. Ella aún estaba mirándolo, parada delante de la puerta de hierro, cuado empezó a llegar la gente. Había fotoógrados, había reporteros armados de micrófonos, cámaras de televisión. Escuchó aplausos, algunos gritos de felicitación, vio los primeros destellos de los flashes y no tardó mucho en comprender que finañmente había sucedido. Le había dado el Premio, pero Cósimo Herrera no se movió de la ventana. Desde la reja llena de herrumbre, desde la distancia imposible de sus veinte años, Luisa del Amo también segía allí.

Y todo lo demás había dejado de existir mientras en su cabeza iba cobrando significado la letra de un tango...


Que veinte años no es nada,
Marta Rivera de la Cruz

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