Era el mejor de todos. El que más tiempo dedicaba a sus pacientes. El que mejor los trataba y el más efectivo. También era el psicólogo de la ciudad que más cobraba. Por ir a su consulta, muchas veces, la gente esperaba meses y meses. Y tenía una larga lista de espera. Había escrito varios libros, ganado bastantes premios y dado muchas conferencias. Le habían propuesto trabajar en varios gabinetes y duplicado que diera clases en la universidad. Pero se había negado en rotundo. Y es que en contra de lo que pensaba todo el mundo, él no se creía que fuera el mejor. No, no lo creía. Y es que, ¿a quién acudía el mejor psicólogo de la ciudad cuando tenía un problema? Indudablemente… A su mujer.


A las siete de la mañana sonó el despertador. Como siempre. Otra vez era lunes. Pero no era un lunes como los demás. Aunque a ella poco le importaba ya. Cuando abrió los ojos no pensó en el despido de la semana anterior, ni tampoco en el divorcio de hace unos meses. No pensó en el desprecio ni en las recompensas que no habían llegado. Simplemente intentó abrir los ojos. Mientras se vestía pensó que con su experiencia no tendría problema para encontrar otro trabajo. Al desayunar supo que alguien estaría esperándola. Justo antes de salir de casa el mundo le pareció un lugar poco acogedor, la ciudad se le antojó una jungla llena de depredadores acechando. Pero su nueva vida una página en blanco sobre la que escribir una nueva historia. Con este último pensamiento en la mente había dado los últimos retoques a su maquillaje. Maquillaje capaz de ocultar cualquier asomo de tristeza.


Marta y Clara buscaban el vestido perfecto, pero haciendo pruebas en casa…

-Mira qué me he comprado, creo que este es el definitivo.
-¡Hala! Pero, ¿cuánto te ha costado?
-Tú dime que me está genial y ya está.
-Pero si es un 38, no cabes aquí.
-Ya lo sé, me he puesto a dieta, total es una talla. Entraré aunque sea lo último que haga, ¡he dicho!
-Vale, vale…Oye, ¿sabes de qué me he enterado? Jordi tiene novia, y la traerá a la fiesta. -¿C…cómo?
-Sí, se parece a la alemana esa…
-Pues qué bien. ¿Tienes algo dulce? ¿Bombones, chocolate, una tarta?
-Pero hace cinco minutos no estabas a dieta?
-He dicho que dónde están los bombones, el chocolate y la tarta.


Hacía años que no probaba uno de estos… ¿Cómo dices que se llaman? Scoops. ¿Scoops? Vaya nombre tan gracioso. Y con el caramelo en la boca recuerda aquella tarde de colegio. Lo había pensado casi al milímetro para que nada saliera mal. Tenía dos reales que ahorrados desde hacía lo que para él parecían siglos, y con ellos podía llevar a cabo sus planes. Fue al colegio por el mismo camino de siempre, con los mismo amigos de siempre, y como señal le guiñaría un ojo al hombre de las golosinas. Más tarde, pasando el dinero por la rendija de la puerta consiguió los caramelos. Si estallaban en la boca, imagina lo que harían bajo el peso de profesores y compañeros de clase. Esparció las bolsitas por el suelo y ocupó su pupitre como alumno ejemplar. Cuando subieron todos del recreo la clase empezó a sonar igual que un batallón disparando… No podía dejar de reír tras ver sus caras de alarma, y ellos se reían al ver que era una broma.

¿Scoops? Petazetas de toda la vida vaya.


Sólo había aceptado el trabajo de forma temporal. Iba a clase por las mañanas, dormía por las tardes y de noche trabajaba en el museo como guardia. Esto le permitiría la tranquilidad necesaria para estudiar. O eso creyó. Porque ahí estaba él, discutiendo con las meninas y el señor Velázquez sobre la luz que incide en la pintura. Y es que los personajes de aquellos cuadros eran distintos. No se sabe muy bien por qué, quizás fuera alguna solución aplicada a la pintura antes de tiempo… Un día se los encontró a todos en el bodegón de Van der Hamen charlando tranquilamente. Otra, curiosos, quisieron saber por qué en la familia de Carlos pintada por Goya estaban unos tan separados de otros (luego le contarían que no se llevaban especialmente bien). Y entre unas cosas y otras tenía que poner orden… Y allí nadie le hacía caso. Así que empezó a preguntarse por qué el puesto estaba vacante. Pero creo que le gustaba. Además, él salía beneficiado porque podía preguntarle al Greco todas sus dudas, que para eso estudiaba Historia del Arte.
Al final pasó lo que tenía que pasar: nuestro guardia despareció. Y no se supo nada más de él. Aunque, ahora que pienso, ¿nunca os habéis preguntado por qué en los cuadros que pintó Rubens hay tanta gente?

Hoy va por ti. Porque quiero. Porque es un día especial para mí. Hoy no me van a regalar nada mejor de lo que ya tengo. Así que soy yo la que te regalo algo. Porque siempre dices que el día que llegué todo el mérito fue tuyo. (A ver, que alguien me explique porqué te felicitan a ti y no a mí…). Que el mérito fue tuyo, puede ser.

¿Te acuerdas de que yo no quería salir? Bueno, sería porque me gustaba tanto estar contigo que no quería que nos separáramos tan pronto. No te lo he dicho nunca, pero siento haberlo hecho, sé que te preocupaste tanto que hiciste una promesa tan grande que dura hasta hoy. Supongo que tengo que agradecértelo de alguna forma, así que hoy va por ti mamá. Porque te lo mereces. Porque sí. Así que feliz cumpleaños. Este año lo será para las dos.

Se dio cuenta, así, de pronto, de que él siempre hablaba igual que en las películas. Y pensó que no era justo. Que se quedaba desarmada cuando intencionadamente él le susurraba frases larguísimas que le hacían sonreír.Se imaginó la escena entrando en un bar oscuro. La niebla en la calle sería tan espesa que le impediría hasta caminar, y la tenue luminosidad que desprendían las farolas ya no conseguirían arrojar luz sobre nada. Y el guión seguiría inalterable.

Ponme otra copa, ¿quieres?

Se materializó claramente apoyada en la barra. Por primera vez, allí estaba. Bebiendo para olvidar licor barato que alguien intentó disimular con algo de limón. Bebiendo para olvidar que un día lo tuvo entre sus brazos y también le quiso. Aunque supuso que todo era igual que en las películas.


En un país muy lejano existió hace muchos años una oveja negra, la única de su ganado. Era distinta de las demás y por ello muy respetada. Despertaba la simpatía del resto del grupo, y todas la miraban pensando en lo mucho que les gustaría a ellas ser también de diferente color, en vez de ser como todas las demás ovejas, que eran rojas.

A todas les gustaba preguntarle acerca de su color, y no dejaba de sorprenderles el hecho de que pudiera parecerse tanto al carbón. Muchas veces se tiraban al barro o se revolcaban por el verde césped para cambiar de color y ser también distinta: Todas querían ser la oveja negra.


Bajó hasta la playa desierta, muy temprano, pero ni el cielo azul, ni la aquietada brisa, ni una pareja de gaviotas que nadaban por el aire, le alegraron el ánimo. Y es que era el último día de vacaciones y amaba el mar. Y tenía quince años.

Se fijó entonces en la casa gris que había tras la pinada, situada en una colina suave que se levantaba antes del barranco, y le pareció ver luces dentro. Su padre le había dicho que la casa estaba deshabitada y que las luces que creía ver serían el reflejo del sol en los cristales. Pero a veces pensaba que había gente dentro de la casa gris. Y ese día imaginó que alguien le invitaba a pasar cuando tocaba tímidamente a la puerta. Y así el último día de verano se convertía en el primero de una larga aventura. Antes de marchar se dirigió hacia allí, con un trozo de papel arrugado. Había escrito su dirección en letras mayúsculas. Sólo por si acaso. Pero es que… Estaba lleno de sueños. Y sólo tenía quince años.



¿Y quién no se ha sentido alguna vez como un auténtico extraterrestre? Que levante la mano. ¿Nadie?...Menudos mentirosos. Todos tenemos una marca personal, hacemos las cosas de forma única y evidentemente es la que creemos correcta. Y yo lo hago así, pero a veces la gente se me queda mirando raro. Parezco nadar a contracorriente. Puedo acabar siendo el único de mi especie, pero, ¿y qué más da? Be yourself, no matter what they say. Ya lo dice Sting. Y sonríe, no te olvides de sonreír. Siempre es más divertido que pertenecer al resto de gente normal. Aunque yo me pregunto, ¿hay alguien normal en este planeta? En fin. Puede que esta canción me la dedicara el grupo hace muchos años ya. La verdad es que me viene al pelo (en le caso de que lo tuviera, claro). Yo no soy inglés ni tampoco vivo en Nueva York. Pero sí, soy un alien, y lo digo con todas sus letras: soy un alien. Pero de los legales. Aunque tenga un peligroso color verde.


Hasta siempre Vladimir. Eso fue lo último que dijiste, ¿te acuerdas? Qué tonto, claro que no te acuerdas, eras demasiado pequeña para acordarte. Siempre me he preguntado cómo alguien tan pequeño (y no me lo reproches) puede llegar a saber tantas cosas... Y, eso mismo fue lo que leíste en mis ojos aquel día, tantas cosas. Tantas cosas que deseabas saber pero que no te atrevías a preguntarme y otras tantas que sabías y que no quisiste contarme. Lo mejor fue que no intentaste preguntar nada. Y no lo hiciste. Bueno, miento. ¿Volverás?¿Te acuerdas de aquel volverás? Espero que lo hayas olvidado, pero te diré algo, a cada paso que doy me acuerdo de ese volverás. Ahora, mucho tiempo después me da vergüenza hacer algo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo. Ahora, en esta carta que no debería existir soy incapaz de contarte todas esas cosas que necesitas saber. Supongo que después de tanto tiempo sólo necesitas una: que no te explicas, ni jamás te explicarás como alguien pudo separarse de ti. Hasta siempre Vladimir, porque tú nunca me llamaste papá.

¿Cómo se llamaba la chica? Esa fue la pregunta que quedó en el aire, flotando por encima de nuestras cabezas, que intentaban aún sin conseguirlo, encadenar pensamientos con un atisbo de coherencia tras aquel concierto. Sofía, se llamaba Sofía, y no sé por qué nadie se atrevió a decir su nombre. Yo, por si acaso, tampoco lo hice, pero estoy seguro de que no fui el único enamorado de una voz que sentía cada nota, que acompañaba a aquel piano con infinita delicadeza, como si conversara con un igual. Entonces, ajeno a cualquier murmullo alguien se acercó y me susurró al oído unas palabras que el tiempo se ha encargado de grabar a fuego en mi memoria: La envidia es mala, amigo mío, muy mala.

Ella, sabedora de lo que todos opinaban, hacía caso omiso a los comentarios, a las miradas, a todo lo que estrictamente le envolvía y que no le gustaba. Pero lo había asumido. Al volverme, ella, que había apoyado suavemente su mano sobre mi hombro sonreía tristemente. Supongo que reconocí al instante aquella voz de terciopelo.

Lo bueno es que años después me doy cuenta de que Sofía es un nombre griego. Y significa sabiduría. Sabiduría era algo que nos faltó a todos. A todos menos a ella.

Protegidas!

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