Allá que me fui. Era sábado y tocaba fútbol. Un partido de los grandes. El equipo de la capital se enfrentaba al primer clasificado de la temporada. Un encuentro que no estaba dispuesto a perderme ni por todo el oro del mundo. Ya estaba harto de la señal entrecortada que llega de la emisora de radio y de esa sensación de corazón encogido cuando cantan un gol interminable.
Cuando llegué al campo aún estaba vacío. Los aficionados llegaban en grupos y aunque yo iba solo, siempre reconforta sentirte parte de algo. Es una atmósfera que flota en el ambiente. Que te hace sentir bien. Sentirte una parte pequeña de los más grandes. Bien es cierto que yo aplaudía las acciones de los rivales, es un equipo con muchos recursos y eso, como buen aficionado hay que saber apreciarlo. Además, daba la casualidad de que los colores de ambos equipos coincidían en su equipaje oficial, así que el campo estaba cubierto de ese color azul que nos unía a todos, incluso al contrincante.
Cuando celebré el gol de los locales, de mi querido equipo, me levanté, con los brazos en alto, gritando de felicidad. El problema es que fui el único de toda la grada que se levantó. Los demás simplemente me miraron enfurecidos. Muy enfurecidos. Y entonces comprendí muchas cosas. Sonreí y discretamente abandoné mi localidad. Tendría que seguir el partido, un día más, con la compañía inalterable de mi locutor favorito.

Todos los días, siempre temprano y siempre a la misma hora llegaba al banco en el que trabajaba desde hacía más de cinco años.
Ordenaba todas sus cosas, preparaba todo lo que tenía que preparar... Y si podía, cuando aún no había llegado su cliente más madrugador, desayunaba en el bar de la esquina. Era curioso verlo con su traje excepcionalmente elegante, rodeado de sus compañeros. Siempre les hacía reír, por eso nunca estaba solo. Y quizás fuera eso lo que más agradecía.
Él siempre decía que disfrutaba trabajando en su banco. Es más decía que él disfrutaba trabajando. Y esto no se encuentra todos los días.
Pero cuando te explicaba que le hacía feliz hacer felices a los demás entendías el porqué. Le gustaba hacer reír a todo el mundo, le enternecían los niños que miraban con avidez para intentar descubrir su próximo movimiento. Puede que fueran ellos los que más valoraban su esfuerzo con las marionetas, sus malabares o sus trucos de magia.
También puede que el fuera el único juglar que quería llamarse tal en pleno siglo XXI.Sorpresa. Me parece que esperabas un tipo trajeado y además director de banco. Pero nadie dijo que todos los que trabajaban en un banco tuvieran que ser banqueros.

Vida

18:04 | 2 Comments

A veces, cuando me preguntan qué voy a hacer dentro de diez años, contesto sin vacilar que no lo sé. Si alguien me hubiera preguntado hace diez años lo mismo no hubiera pasado por mi cabeza nada de lo que ahora mismo tengo entre manos. Supongo que hay que dejar que las cosas fluyan, no hacerlas fluir. Lo que tiene que pasar acaba pasando así que no hay motivo alguno para hacerlas suceder. Puede que la vida sea como un río. Nace de un goteo incesante, crece y se hace fuerte, de él aparecen afluentes que siguen cursos distintos, pero a veces también se unen a él afluentes que venían de sitios cercanos o no. Semejantes son a todas esa personas que nos dejamos en el camino y a todas aquellas con las que sin querer, chocamos. Un río acabará desembocando en el mar. O en un océano de sabiduría, como a veces me gusta llamarle. Y lo vuelca todo en él. Absolutamente todo.
La única diferencia es que el agua sigue impasible fluyendo en su curso. Nosotros nos tenemos que conformar en viajar por él una sola vez. Así que habrá que aprovecharla, ¿no creéis?
Creyeron que algún día sería reina de un castillo enorme. Con muchísimos torreones que tendrían infinidad de ventanas. Escuché que por cada habitación podría ver un atardecer diferente. Y que cada una de ellas también me daría un paisaje distinto cada vez que mirara. Que cada día lo primero que vería al despertar sería la belleza de un cielo tan azul que parecería que se fuera a romper. Y todo aquello era cierto. Todo marchaba bien. Pero, o bien porque no era para mí o bien porque no me lo merecía, no acabé siendo reina. Ni tampoco princesa.
Lástima que en todos los gemelos haya uno que nazca después.

Casualidades de la vida. Casualidad es que en este mismo instante me encuentre aquí sentada escribiendo, cuando mi compañera también en este mismo instante esté disparando otra foto. Entre las dos vamos a reunir momentos. Momentos que sean únicos, irrepetibles. Momentos que construyan una vida paralela, en un universo distinto. Y aunque sólo sean historias ilustradas por fotografías, serán nuestra propia imitación de la vida. Cada instante congelado tiene una historia, y la plasma en luz, color, formas. Cada historia nos llevará a un recuerdo escondido en la mente de alguien.

Esta es nuestra pequeña aportación a su memoria. Es verdad que quizás no siempre haya unas letras para todo. Porque quizás, que estemos aquí sea la mayor de las casualidades. Puede que incluso alguien escriba nuestras historias en páginas casualmente en blanco. Por si acaso le apeteciera echar un vistazo aquí estarán nuestras fotografías ilustradas por historias. Nuestras historias contadas por fotografías.

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