Había quedado con él a las 4 de la tarde en el café de la esquina. Era un día gris, de esos en los que es mejor no salir de casa. En los que el cielo amenaza una tormenta de las que prefieres ver desde la ventana bien tapadita con una manta. Pero no podía aplazarlo más. Tenía que confesarle que tenía un nuevo trabajo y quería comenzar una nueva vida. Y eso es lo que hizo. Más o menos a mitad le lanzó una pregunta a la que no pudo evitar responder. Y eso le llevó a la ruina. Cuando tu jefe ya no es tu jefe se convierte en un ser al que sigues queriendo estrangular. Le pidió el número de teléfono y ella se lo dio, sólo, dijo, por si algún día te necesitamos y quieres volver. Pero a veces, la mejor opción es no complicarse la vida.

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