Un día tras otro aparecía detrás del mostrador con la mejor de sus sonrisas. Yo la observaba sin que se diera cuenta. Uno tras otro, envolvía los regalos como si fuera lo más importante del mundo. Una vez hablando con su compañera: ¿Has pensado en la cara qué pondrá la gente al rasgar el papel y ver el regalo? Imagínate a los niños. Eso es lo que hago yo y así no cuesta tanto. Entonces se me ocurrió la mejor idea que he tenido en mi vida. Fue algo muy sencillo. No acerté con el regalo perfecto, pero eso no importaba. Y allí estaba yo, haciendo cola. Llegó mi turno y ella seguía con la sonrisa cansada en los labios. Cuando acabó de envolverlo, levantó la mirada y me deseó, cortésmente, una feliz Navidad. Le devolví el regalo y en un susurro le dije: Feliz Navidad para ti también, ya va siendo hora de que alguien se acuerde de las empaquetadoras de felicidad. Y esta vez sonreía de felicidad. Qué poco hace falta para hacer felices a los demás, ¿verdad?

4 comentarios:

Gloria dijo...

He de decir que aunque alguien te robe las tijeras, te pida que hagas un lazo para su nieta (el más difícil, por supuesto) y llegue el 5 de enero de madrugada y te insista en envolver una pasta de dientes... Lo último que haces es perder la sonrisa. La de cortesía, claro. Ex-empaquetadora de felicidad.

London Inspection dijo...

Hablas con la voz de la experiencia. Quiza esa sonrisa cueste, pero para el que está delante del mostrador siempre siempre es de agradecer. Por experiencia.

Feliz Navidad.

-Lucas.

Anónimo dijo...

Ni te imaginas lo difícil que es encontrar el regalo perfecto. Ni te imaginas la ilusión que da recibir el regalo perfecto. Ni te imaginas que una sonrisa pueda cambiar el rumbo del universo. Sé que las tuyas no son sonrisas de cortesía, pero por si acaso este año me envolveré yo solito los regalos.

pati dijo...

Precioso!
Yo soy empaquetadora de felicidad y leer este post ha sido maravilloso...

- ¿Crees que le gustará? Me pregunta.
- Claro, lo importante no es el anillo, sino el detalle que tienes para con ella...


Y es delicioso ver esa mirada en su rostro y a mí me cuesta tragarme el llanto... pero toda esa ilusión, toda esa felicidad, se va en cuanto aparece ella diciendo que no sirve ni para hacer un regalo.

Me cuesta callarme. Y hago lo único que me sale: sonreír.

Gracias por este post ;)
Un beso :)

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