¿Cómo se llamaba la chica? Esa fue la pregunta que quedó en el aire, flotando por encima de nuestras cabezas, que intentaban aún sin conseguirlo, encadenar pensamientos con un atisbo de coherencia tras aquel concierto. Sofía, se llamaba Sofía, y no sé por qué nadie se atrevió a decir su nombre. Yo, por si acaso, tampoco lo hice, pero estoy seguro de que no fui el único enamorado de una voz que sentía cada nota, que acompañaba a aquel piano con infinita delicadeza, como si conversara con un igual. Entonces, ajeno a cualquier murmullo alguien se acercó y me susurró al oído unas palabras que el tiempo se ha encargado de grabar a fuego en mi memoria: La envidia es mala, amigo mío, muy mala.

Ella, sabedora de lo que todos opinaban, hacía caso omiso a los comentarios, a las miradas, a todo lo que estrictamente le envolvía y que no le gustaba. Pero lo había asumido. Al volverme, ella, que había apoyado suavemente su mano sobre mi hombro sonreía tristemente. Supongo que reconocí al instante aquella voz de terciopelo.

Lo bueno es que años después me doy cuenta de que Sofía es un nombre griego. Y significa sabiduría. Sabiduría era algo que nos faltó a todos. A todos menos a ella.

1 comentario:

London Inspection dijo...

Me gusta, y no se porque. Quiza porque no acabo de entenderlo, porque cada vez que creo llegar a una conclusion esta se desvanece. Tal vez solo es por lo dulce que suena el nombre Sofia. O por la ternura que parece envolver ese nombre. No lo se.

Protegidas!

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