Era el mejor de todos. El que más tiempo dedicaba a sus pacientes. El que mejor los trataba y el más efectivo. También era el psicólogo de la ciudad que más cobraba. Por ir a su consulta, muchas veces, la gente esperaba meses y meses. Y tenía una larga lista de espera. Había escrito varios libros, ganado bastantes premios y dado muchas conferencias. Le habían propuesto trabajar en varios gabinetes y duplicado que diera clases en la universidad. Pero se había negado en rotundo. Y es que en contra de lo que pensaba todo el mundo, él no se creía que fuera el mejor. No, no lo creía. Y es que, ¿a quién acudía el mejor psicólogo de la ciudad cuando tenía un problema? Indudablemente… A su mujer.

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