Bajó hasta la playa desierta, muy temprano, pero ni el cielo azul, ni la aquietada brisa, ni una pareja de gaviotas que nadaban por el aire, le alegraron el ánimo. Y es que era el último día de vacaciones y amaba el mar. Y tenía quince años.

Se fijó entonces en la casa gris que había tras la pinada, situada en una colina suave que se levantaba antes del barranco, y le pareció ver luces dentro. Su padre le había dicho que la casa estaba deshabitada y que las luces que creía ver serían el reflejo del sol en los cristales. Pero a veces pensaba que había gente dentro de la casa gris. Y ese día imaginó que alguien le invitaba a pasar cuando tocaba tímidamente a la puerta. Y así el último día de verano se convertía en el primero de una larga aventura. Antes de marchar se dirigió hacia allí, con un trozo de papel arrugado. Había escrito su dirección en letras mayúsculas. Sólo por si acaso. Pero es que… Estaba lleno de sueños. Y sólo tenía quince años.

2 comentarios:

hand in glove y garbageman dijo...

El principio me ha recordado el final de Los 400 golpes, una de esas imágenes que se te quedan grabadas para siempre, cuando el niño protagonista se gira, mira directamente a cámara y la imagen se congela. La conoces? Companys tiene un artículo que habla solo de ese plano.

Decé dijo...

Pero qué foto más cuidada, y bonita, y y.. misteriosa! Dadme ya el nombre de la fotógrafa que le compro toda su obra!!

Protegidas!

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