Sé sincera... ¿A que no te apetece ir?
Si es que, verás, no lo hago por mí...

Me miré al espejo una última vez por aquel año. No me reconocí. Se escapó una lágrima, la última del año, y se corrió el rímel. Y yo, que nunca me pinto los ojos, me encontré desmaquillándome y volviendo a maquillarme, sólo por ti. Recuerdo que aquella noche hacía frío. Demasiado para poder echarme sólamente el chal por los hombros. Tomé prestado un abrigo que me quedaba grande, igual que todo lo que llevaba debajo. Pero no tan grande como el gigante al que me iba a enfrentar.

Me asomé, tímida, a la calle. Allí estaba él. Sonriente, traje de chaqueta y mocasines. Le abracé y le deseé un feliz año, que se quedó corto para todo lo que deseaba decirle. Me regaló un noche mágica, me llevó al lugar donde empezaronn a crecer los primeros sueños, me habló de lo que deseaba y bailamos. Su carta, la música, la luz... Y él. Todo fue fue perfecto. Tanto que volvió a escapar una lágrima, la primera lágrima del año. Y me abracé a él con fuerza. Y sí, ahora lo sé, con un miedo infinito a perderle.

No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados. Sólo sé que cerré los ojos y lo sentí cerca. Tantas cosas por vivir que siento que el tiempo se me escapa, que el tiempo se nos escurre entre los dedos. Que siento que me pierdo y no encuentro la salida de este laberinto.

Me regalaste una noche casi mágica. Y lo entiendo. A lo del casi me refiero. Fui feliz, muy feliz, no lo dudes. Pero sé que aún me quedan muchos más momentos de felicidad que quiero vivir a tu lado, si me dejas. Y quiero vivirlos casi tanto como miedo tengo a vivirlos. Y sólo el tiempo y quizás la próxima Navidad, tienen la respuesta.
¿Sabes? Me hubiera gustado congelar aquel segundo en el que Orfeo, el chico de Eurídice, se vuelve a mirarla. Si hubiera podido congelar ese momento nunca más hubieran estado separados. Viviendo en un instante infinito, juntos y nada más. Algún día sabrás por qué.

...Ven, cierra los ojos que te llevo a un lugar...

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